¿Es muy inteligente un niño que desde edad muy temprana puede recordar múltiples capitales del mundo?

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Con relativa frecuencia los padres de familia se enorgullecen de las habilidades y destrezas de sus hijos, en particular cuando ellas provienen de aptitudes que algún día desearon tener. Basta verlos en una presentación escolar de su propio hijo. Tan solo con que el pequeño levante la mano, baile, pinte uno que otro mamarracho, corra detrás de una bola o recite con voz entrecortada, los padres aplauden, toman fotos y se alegran, como si en verdad estuviéramos ante una presentación artística, literaria o deportiva de altísimo nivel. Ni se diga cuando el pequeño ya realiza interpretaciones relativamente completas de arte, deporte o ciencia. Pareciera que el padre en realidad se estuviera aplaudiendo así mismo.

Una de estas versiones de autoelogio, consiste en presentar al niño ante auditorios mayores haciendo monerías. Y en su versión más comercial aparece el niño como payasito recitando o actuando. El aprendizaje de las capitales del mundo suele ser una de las actividades preferidas por padres que quieren aprovechar una habilidad memorística presente en uno que otro niño. Esta habilidad corresponde a un proceso psíquico tan poco complejo, que los loros, pueden desarrollarla parcialmente realizarla.

En consecuencia, resulta bastante absurdo dedicar a un niño con buena habilidad memorística, a una tarea tan insustancial, rutinaria y cortoplacista como la de recordar banderas o capitales del mundo, actividad que afortunadamente ha comenzado a abandonarse aun en las escuelas más tradicionales del mundo.

Para profundizar: Teorías contemporáneas de la inteligencia y la excepcionalidad